4No
te harás ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo,
ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. 5No
los adorarás ni los servirás; porque yo, el SEÑOR tu Dios, soy Dios
celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la
tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, 6y muestro misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.…(Exodo 20:5)
Leyendo mi devocional esta mañana me encantó lo que decía por eso lo comparto con ustedes:
En
2014, una investigadora usó un perro de peluche para demostrar que los animales
pueden sentir celos. Pidió a varios dueños de perros que mostraran afecto hacia
el animal irreal delante de sus mascotas. Así descubrió que tres de cada cuatro
perros reaccionaban con una supuesta envidia. Algunos intentaron llamar la
atención tocando suavemente a sus amos. Otros trataron de interponerse entre su
dueño y el juguete. Y hubo algunos que llegaron a destrozar a sus rivales de
peluche.
En un perro, los celos parecen conmovedores, pero, en las
personas, pueden generar resultados deplorables. Sin embargo, hay otro
tipo de celo: el que refleja maravillosamente el corazón de Dios.
Cuando Pablo les escribió a los corintios, declaró: «os
celo con celo de Dios» (2 Corintios 11:2). No quería que fueran «de alguna
manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo» (v. 3). Esta clase de celo
refleja el corazón del Señor, quien le dijo a Moisés al darle los Diez
Mandamientos: «Yo soy el Señor tu Dios, fuerte, celoso» (Éxodo 20:5).
El celo de Dios no es como nuestro amor egoísta, sino que
protege a los que son suyos por creación y redención. El Señor nos hizo para
que lo conozcamos y disfrutemos de Él para siempre. ¿Qué más podemos pedir para
ser felices?
Fuente:avazapormas.com
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