16 Pues su Espíritu se une a nuestro espíritu para confirmar que somos hijos de Dios.
17 Así que como somos sus hijos, también somos sus herederos. De hecho, somos herederos junto con Cristo de la gloria de Dios; pero si vamos a participar de su gloria, también debemos participar de su sufrimiento.(Romanos 8:16-17) NTV
El otro día, una amiga me detuvo para
darme una noticia emocionante: pasó diez minutos contándome cómo había dado el
primer paso su sobrino de un año.
¡Podía caminar! Después, pensé en lo raro que
le hubiese sonado eso a algún entrometido que estuviera escuchándonos. Casi
todos pueden caminar. ¿Qué tiene de extraordinario?
Comprendí que la infancia brinda una
especie de singularidad que prácticamente desaparece después de cierta edad.
Pensar en cómo tratamos a los niños amplió mi perspectiva en cuanto a que Dios
haya elegido la imagen de «hijos» para describir nuestra relación con Él.
El
Nuevo Testamento afirma que somos hijos de Dios, con todos los derechos y
privilegios de los herederos legales (Romanos 8:16-17). Se nos dice que Jesús,
el «unigénito» Hijo de Dios, vino para hacer posible que fuéramos adoptados
como hijos e hijas en su familia.
Me imagino que Dios observa cada paso
tembloroso con que avanzo en mi «andar» espiritual con el mismo entusiasmo que
un padre terrenal mira a su hijo que da el primer paso.
Cuando los secretos del universo
finalmente se revelen, quizá entendamos que Dios nos ha concedido estos
momentos de singularidad para que descubramos su amor infinito, del cual
nuestras experiencias solo nos ofrecen simples atisbos.
Padre, que mi andar te produzca
deleite.
Hay alguien que te ama ES DIOS.
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